lunes, 25 de octubre de 2010

A lo lejos

Nada hay más peligroso que un sueño reprimido. Por eso, lo voy a cumplir.

Y me fui.

Cambió la época, cambió la vida y  cambió todo. Pero, al volver, esos tímidos ojos claros todavía seguían allí. Bien es cierto que ese muchachito pálido, desgarbado, de voz débil y rostro infantil ya no estaba. Ahora era otro diferente. Los violentos golpes del tiempo, de la vida, habían erosionado las rocas de su duro e impenetrable corazón. Pero conservaba ese atractivo especial, esa cara endiablada, esa mirada entreabierta que a duras penas dejaba pasar la luz para que ésta iluminara sus preciosos ojos. Así era su alma cuando le conocí. Un alma, un interior profundo y bello, pero que nunca dejaba ver por miedo a que se lo corrompieran. Se fabricó su propia coraza para no sufrir. Y contra ella me topé yo cuando intenté entrar en él.  Le miro, le observo de lejos, y sonrío al comprobar que, finalmente, alguien lo consiguió. Sí, sufrió. Por fin alguien encontró la llave, la tecla, la clave de ese endiablado, al que tanto amé Aunque intente aparentar indiferencia, ahora irradia una gran tristeza. Lo demuestra el rastro que las lágrimas dibujaron en su rostro, las arrugas del sufrimiento, el pelo alborotado, las manos apretadas... y el sonido acelerado y temeroso del latido de su corazón, alerta, como nunca lo estuvo conmigo, esperando a alguien.

Ella llegó. Él la besó. Y yo sentí que algo moría dentro de mí. Será la esperanza... o tal vez la angustia.
Necesitaba volver, saber que estaba bien, comprobar que sufre por amor, como toda persona normal. Hubiera sido una lástima que hubiera muerto sin tener esa experiencia. Sé que no queda mucho para que vuelva a reunirse conmigo. Le esperaré aquí arriba, desde donde se ve todo tan bien, a lo lejos, a distancia. Aquel fatídico día decidí estar aquí y esperarle hasta que viniera. Y ahora ha llegado el momento. Espero que me reconozca, al igual que yo lo he reconocido a él.



Al fin y al cabo, tampoco hemos cambiado tanto. Sólo que tú aún estás vivo, y yo no.








Nada hay más peligroso que un sueño reprimido. Por eso, lo voy a cumplir. Y si no puede ser en este mundo, será en otro.

lunes, 11 de octubre de 2010

Río abajo...

Bajo un manto de estrellas, sobre una barquita de madera y con los pensamientos dispersos por las aguas. Navego sin rumbo fijo desde hace tiempo. Dando vueltas y vueltas por los mismos límites de siempre. Río abajo, dos mundos se abren a mi paso.

Reconozco que el nuevo me llama, despierta mi curiosidad. Es arriesgado, impredecible, pero también oscuro y desconocido. Cuando lo miro echo en falta la claridad del antiguo, por el que tantas veces intenté pasar. Y es que todavía sigue ahí, asomando tímidamente sus ramas, como si de una planta agonizante se tratase. Tan perfecto, tan tentador, tan soñador como el primer día. Me llamó tanto la atención que ni siquiera me fijé que tenía otro al lado. Sigue ahí ese camino destinado a sentir mis pasos sobre su hierba, mi aliento sobre su aire, mis lágrimas sobre sus aguas..  pero que, sin embargo, resultó demasiado pesado y difícil para mí... o tal vez no me vio merecedora de conocer sus secretos. Sea como fuere, me desechó como un trapo viejo y me cambió por nuevos caminantes, jóvenes e inquietos, capaces de hacer cualquier cosa por conseguir un sueño. Porque eso es lo que le distingue del otro: los sueños... Es un mundo hecho para destruir soñadores. Les alienta, les tienta y, cuando creen que están a punto de conseguirlo, se desvanece y te vuelve a dejar perdido. El nuevo, en cambio, te enseña el mundo tal y como es. No engaña, no miente, no finje. Simplemente te ataca con verdades.

No me decido por uno. No por temor, sino porque creo que no es necesario elegir. Es posible que pueda vivir con ambos caminos a mis espaldas. La imposibilidad no existe para los locos. Tampoco la vergüenza, ni el miedo, ni el disparate. Sólo existe el ansia de felicidad, de conocer, de entregarse sin temor a aquello que piensas te conduce hasta el más eterno deseo del hombre: la inmortalidad.

Por eso escribo. Escribo para ser inmortal. Escribo para contarte que no quiero decidirme... que prefiero seguir dejando caer mis tímidas letras en la orilla, antes que destruirlas por completo y olvidarme de soñar. No me importa que me llames tonta o irresponsable. Es más, tal vez lo sea. Pero al menos, sé que aquí no conseguirán nunca borrarme la sonrisa. Y esa, al fin y al cabo, es la mayor responsabilidad que tengo en la vida.

http://www.youtube.com/watch?v=hVVSpA5kfHA