Bueno, pues después de mucho esfuerzo y de mucha espera, finalmente mis compañeros de la provincia me han elegido para ser una de las representantes de los jóvenes en las Cortes de Castilla-La Mancha, con mi blog
Lema: el Sacerdote, don de la misericordia de Dios
Autora: Tamara Toribio
Premio: 2º Premio
Esta tarde me han llamado de la Asociación Amigos del Seminario para decirme soy la ganadora del 2ºPremio de Redacción. Solo me he presentado dos veces, ahora y cuando tenía 10 años, que también lo gané y la verdad, existe bastante diferencia en mi manera de escribir de entonces a la de ahora, y me siento realmente orgullosa de haberlo conseguido también este año. El premio se lo dedico a todas las personas que día a día cultivan mi fe, catequistas, profesoras, y en especial, a mi madre, que me animó para que me presentara, pues yo no estaba muy convencida de que pudiera hacer algo lo suficientemente bueno con un tema tan difícil. Aquí dejo la redacción. Espero que os guste.
El Sacerdote, Don de la Misericordia de Dios
Es evidente que vivimos en un mundo en el que, continuamente, nos acechan problemas externos: crisis, pobreza, miseria, desastres, violencia, insolidaridad, manipulación…
Ante esta situación, es innegable que los sacerdotes son personas necesarias e imprescindibles en nuestra sociedad, no sólo para los cristianos, también para aquellos que no lo son, o bien porque no conocen ni han oído nunca hablar de Jesucristo o bien porque, en algún momento, dudaron de la misericordia de Dios y lo apartaron de su vida. Una de las grandes tareas de los sacerdotes es que las personas descubran la evidente presencia de Cristo en sus vidas y se atrevan a seguirle, y sobre todo, que sean conscientes de que su amor no tiene fronteras y su misericordia infinita perdona a todo aquel que llegue arrepentido de corazón a recibir un sacramento. Y esto es algo que Dios, y por tanto, los sacerdotes, no niegan a nadie, por muy grande que sea su culpa.
Porque si algo caracteriza al sacerdote cristiano es la disponibilidad que tienen para toda persona que le necesita. O mejor dicho, que necesita a Dios. Esto se debe al mensaje del Reino de Dios que anunció Cristo, y ellos divulgan y tienen tan inculcado e interiorizado. Y es que, sin duda, los sacerdotes son uno de los mayores signos de Amor que podemos encontrar en la tierra. Amor a Dios, amor al prójimo, amor a la Iglesia, amor a la naturaleza y amor a la humanidad.
Muy pocas personas hoy en día están dispuestas, primero, a pararse durante un ratito y escuchar lo que Dios quiere de cada uno; segundo, a no tener miedo, responder a su llamada y seguirle, dejando atrás la familia, los amigos, los estudios, el trabajo y la cómoda vida cotidiana; y tercero, a formarse durante años para poder vivir al servicio de los demás, de Dios y de la Iglesia. El amor y la misericordia de Jesucristo al morir por nosotros en la cruz, se refleja en estos sacerdotes que dicen SÍ a la llamada de Dios y se exponen con esto al rechazo, a la discriminación, a la desacreditación y, en algunos casos, al peligro que conlleva en algunos lugares del mundo ser sacerdote. Pero también, por otro lado, se exponen al amor de las personas, al agradecimiento de los cristianos, a la satisfacción personal, y a la recompensa y reconocimiento de Dios. Por eso salen al mundo sin miedo, sabiendo en todo momento que cuentan con la compañía y el apoyo de Cristo, de la Iglesia y de todos sus miembros.
Como persona cristiana me enorgullece ver que, en cada desastre natural, en cada guerra, en cada país pobre, en cada rincón del mundo donde se necesita algo de esperanza, siempre hay un sacerdote. Cristianos, ateos, musulmanes, agnósticos… sea cual sea su creencia o su religión, todos los que han estado presentes en esas situaciones coinciden en que los curas son los primeros en llegar y los últimos en marcharse.
A pesar de esto, continuamente observamos que hay muchos intereses creados para desacreditar la persona del sacerdote y muchos medios de comunicación, políticos y personas de autoridad, cometen el error de generalizar casos puntuales y totalmente censurables de algunos curas (como es el caso de la pedofilia o la corrupción) Hay más de 400.000 sacerdotes repartidos por todo el mundo y no se puede pretender que absolutamente todos tengan la suficiente fortaleza para asumir la incómoda vida de un cura y no caer en el error y el mal. En un número tan amplio siempre puede existir alguna salvedad, algún hombre que, excepcionalmente, no sea sacerdote por vocación sino por interés y que utilice mal los dones que Dios concedió al sacerdocio. El porcentaje debe ser minúsculo, pero como todos los casos de errores y delitos relacionados con la Iglesia, se magnifican más de lo que en realidad son. Ser sacerdote no te convierte en impune al pecado. No te vacuna contra el mal, pues vivir sin flaquear y sin caer en el error no es algo que esté al alcance de ningún ser humano. Pero ser sacerdote te da fuerza, te impulsa a descubrir nuevos caminos, nuevas metas. Te aparta del apego que tenemos todos a nuestras familias para cuidar de la familia universal del cristianismo, que es la Iglesia.
Además de la intensa labor social de los sacerdotes, cabe destacar también su importante labor educativa y la preocupación que tienen en que el legado del sacerdocio se siga transmitiendo. Esto se puede ver en todos aquellos que trabajan en seminarios, en colegios, institutos y catequesis de jóvenes. Ellos tienen la obligación de velar por las vocaciones y porque no quede ningún joven cristiano sin reflexionar sobre qué es lo que Dios quiere de él.
Y la última y no menos importante tarea del sacerdote es la espiritual. Ellos son la representación de Jesucristo, Hijo de Dios, en la tierra. Son verdaderos Mensajeros de Cristo, sin los que no existirían los sacramentos, no existiría la Eucaristía, y por tanto, no existiría el cristianismo. Son personas, sí, con sus defectos y sus virtudes, pero tienen un trabajo diferente al resto, pues no depende de sólo de sus notas o de lo mucho que estudien, sino de la vocación, la fuerza personal, la fe y la fijación que Dios tenga en que ellos sean sacerdotes. Para mí, como cristiana, me sería imposible imaginar mi religión sin su cabeza visible, sin su guía y pastor, sin su confesor, su amigo, su imagen de fe...
Entonces, si ellos ejercen tantas tareas y tan necesarias… ¿por qué tanto interés en echar por tierra su prestigio, su trabajo y su labor? Pues nada más y nada menos, porque los sacerdotes no callan. La Iglesia molesta a los políticos, a los altos mandos, a los gobernantes… en su incesante carrera por convertir el mundo en un espacio de egoísmo, consumismo, aborto, eutanasia, miseria espiritual, abandono de valores o intereses personales, en su intento de defender la “libertad” que según ellos tenemos todos con nuestra propia vida, para hacer con ella lo que nos de la gana. Y precisamente los sacerdotes son un ejemplo de todo lo contrario. Utilizan el don de vivir para entregarse a los demás. Y eso al parecer, es considerado un insulto y una oposición a lo que “se lleva” hoy en día: fuera responsabilidades, a disfrutar, a vivir, emborracharse y lo que surja… Y creen que algún día, a base de desprestigiar y criticar, serán capaces de conseguir que dejen de surgir esos curas “molestos” que, en ésta nuestra “sociedad del placer” en la que el negocio está en vender, producir y consumir, tienen la osadía de invitar a desprenderse de los placeres materiales y carnales para seguir a Cristo.
Lo que muchas personas no entienden ni entenderán jamás es que Dios nunca va a dejar al mundo sin sacerdotes. A pesar de los numerosos intentos de acabar con la fe cristiana, las vocaciones siguen surgiendo con fuerza en todos los puntos del planeta, y seguirán haciéndolo. Por esto la religión católica ha sobrevivido durante tantos siglos de historia. Nada más y nada menos porque es la Iglesia de Cristo, la Iglesia de los cristianos y la Iglesia de los sacerdotes, que nunca dejarán de ser llamados a la vida vocacional. Debemos rezar porque siga habiendo valientes, como Simón y Andrés, que se atrevan a escuchar esta llamada y, tal y como hicieron los apóstoles de Jesús, dejen todo y se atrevan a seguir el plan de vida que Dios les propone, que es, ni más ni menos, el poder ser auténticos “pescadores de hombres”.
Andando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores.
Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres.
Y dejando luego sus redes, le siguieron.
Pasando de allí un poco más adelante, vio a Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan su hermano, también ellos en la barca, que remendaban las redes. .
Y luego los llamó; y dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le siguieron.