jueves, 19 de mayo de 2011

Creciendo

Y pasan y pasan las horas
Rápidas, raudas, veloces, ante mis ojos, sin poder detenerlas, sin poder mirarlas, ni oirlas, ni olerlas, ni tocarlas, ni vivirlas.

Simplemente, se van.
Se esfuman los minutos, las horas... el tiempo.
Finalmente, todo llega... y tan pronto como llega, se va.

Aún no alcanzo a pensar cuánto tiempo te estuve esperando. Y qué poco tardaste tú en irte. Volaste, como un pájaro, quién sabe dónde. Quizás te fuiste a cazar estrellas. O te hundiste en lo más profundo del océano. O, tal vez, encontraste al fin tu propio destino. Allí donde nunca crecerás, de donde nunca volverás.

Y mientras tanto, yo permanezco aquí. Atada a mi propia realidad, sumida en mi propia angustia. Sin ser capaz de pensar en la libertad de cuando eres niño. En realidad, esta libertad no es compatible con la cordura. Y, por tanto, tampoco conmigo.

Me siento al piano, llorando en silencio. Suenan notas destartaladas, inconexas. Como la vorágine de pensamientos que invaden ahora mi cabeza. Ojalá todos pudiéramos ser como tú. Ojalá yo pudiera salir volando por la ventana y olvidarme de todo lo que me atormenta. Seguir a mi infancia perdida, que carece de las huellas que han dejado los golpes de la vida en mí. Regresar a esas fotografías que decoran mi habitación, enmarcadas por cuentos y juguetes infantiles. Épocas en las que no me avergonzaba llorar, cuando no me dolía el pasado ni me daba miedo el futuro.

Y ahora, a punto de comenzar una nueva etapa, solo puedo pensar en lo feliz que he sido. El proceso ha sido duro, pero muy rápido. No me importan las piedras que haya podido encontrar por el camino. Ni tampoco las que me encontraré. De lo único que estoy segura es de que en mi vida ahora existen personajes maravillosos que nunca dejarán que me olvide de soñar. No, esta vez no son personajes de cuento. Son reales. Y por eso son aún más maravillosos. Con ellos, he crecido y junto a ellos quiero morir. El resto, ya no importa.
















Gracias

Cuando me vaya