domingo, 23 de octubre de 2011

Llega el frío

Y en la ventana queda todavía un regusto a sol. Ya se pierden las golondrinas en las montañas, buscando la calidez de otros lugares. El viento agita salvajemente los árboles, aletargados y dormidos durante algunos meses. Ahora, las nubes traen consigo bocanadas de aire frío, lluvia y mal tiempo. En las ciudades, se retiran de los escaparates las sandalias, dando paso a las cálidas botas de piel. La gente se acurruca ahora en sus hogares, al calor de las casas familiares que tanto huelen a invierno. Todo vuelve a estar en su sitio. Se olvidan las vacaciones, los amores de verano, las experiencias inolvidables. La vida cambia para todos. Porque por fin, aunque algo retrasado, ha llegado el maldito otoño.


Pero ella sigue ahí. Nostálgica, en aquel sitio de siempre donde ya no queda nadie, contemplando cómo el mundo cambiaba, enérgico, imparable... Asumiendo su terrible soledad y observando cómo, a su alrededor, todos parecían haber encontrado su lugar. Excepto ella, que sigue todavía deambulando por un mundo que hace unos meses se mostraba apasionante y lleno de vida, y ahora se presenta tan frío como obsoleto. Y su única compañía es aquella losa de recuerdos que no la deja avanzar.
 
Mira al cielo y comprende que no puede seguir intentando que todo sea igual. Nadie la ha esperado para cambiar y ella no iba a esperar a nadie. Era el momento de enfrentarse a todo con entereza, dureza y frialdad. Cerrando frentes abiertos y errores cometidos que no la dejaban dormir. Con la cabeza sobre los hombros y desconfiando de todo y de todos. Incluso de ella misma y de su maldita debilidad.


Y levantándose de un salto, cogió la bicicleta y se perdió entre la masa amarilla otoñal que dibujaban las hojas en su camino. Sabía que esos eran los obstáculos más pequeños con los que se iba a encontrar. Pero no le importaba, porque ya había comprendido que lo importante de la vida no es cómo la disfrutes, sino cómo la valores. Y si tenía que sufrir a cambio de cuidar aquello que le importaba, lo aceptaría. Porque ella podía ser una idiota, y una inocente, y una boba... pero sabía exactamente cómo quería vivir. Y eso era algo que no estaba dispuesta a cambiar, pasara lo que pasase.

BSO El pianista- Nocturno Chopin