De pronto, el rumbo ha cambiado. Ahora tus pasos tienen un
destino muy marcado. Él.
Te detienes, y buscas algo que ofrecerle. No encuentras
nada. Pero no puedes parar. Continúas, continúas, hasta llegar donde sabes que
él lleva todo el día esperándote. Llegas, con las manos vacías, esperando que a
te dé el mundo. Y te lo da.
Llamas a la puerta, y te abre. O muy elegante, con tu camisa
favorita y la colonia de las grandes noches, desprendiendo una sonrisa
embriagadora, o bien muy cansado, con cualquier camiseta fosforita cuyo color
no termina de combinar con el de los pantalones cortos. Da igual. Cuando se
abre la puerta, a ti todo lo que hay alrededor se te vuelve en blanco y negro. La
única tonalidad que percibes es el azul de sus ojos.
Le sonríes de la manera más fuerte que puedes, pensando que
es lo mejor que puedes darle en ese momento. Una vez dentro, nunca sabes lo que
te vas a encontrar. La luz de las velas o el flexo del escritorio, el disco de
boleros o las zarzuelas en Spotify, el niño frágil que busca descansar su
dolorida cabeza en tu pecho o el hombre seguro que parecer tener siempre todo
controlado.
Pero hay algo que nunca cambia: esa extraña atracción, ese
impulso magnético, esa conexión etérea que atrapa tus sentidos y que te va
haciendo comprender y vivir aquello que antes sólo habías leído en los libros.
Cuando encuentras, de repente, algo que llevabas mucho tiempo buscando, la
pieza que completa el puzle.
Una persona que te hace ser mejor, que comprende tus miedos,
que respeta tus decisiones, que conoce tus debilidades, que ama cada centímetro
de ti. Alguien dispuesto a recorrerse la distancia necesaria para poder verte
cinco minutos, a cuidarte en los instantes en los que tu ajetreada vida se
detiene, a esperar pacientemente bajo tu ventana, a dejar chuches en tu buzón.
Alguien que busque la manera de quedarse a solas, en el
momento propicio, en el lugar adecuado, para contarte, a través de un beso,
todo lo que las palabras no podían decirte.
Alguien que, hace un año, consiguió colarse en tu vida y en
tu corazón.
Y finalmente, alguien que sueña cada noche con tu mismo
sueño: ser, enteramente y eternamente, tuyo.
¿Cómo darse cuenta? De repente, me has atrapado. Y ni quiero, ni debo hacer nada para evitarlo.
Gracias por este año de vida juntos