Eran las cinco de la tarde de una fría tarde de invierno. Ella se dispuso, como cada día, dar su paseo habitual. Cogió su viejo chubasquero amarillo, se enfundó sus botas, se subió sobre su bicicleta y se puso el MP3. Su canción favorita comenzó a sonar de manera estridente en sus oídos. Abrió la puerta de la cochera. Llovía. Llovía muchísimo. Mejor. Se puso la capucha del chubasquero y se adentró en el diluvio.
Pedaleó, pedaleó con fuerza, como nunca lo había echo. Siempre que salía era para pasear tranquilamente, sola y sin que nadie la molestara, por algún paraje cercano a la ciudad. Pero hoy cambiaría su ruta. Su corazón se había despertado rebelde y con ganas de salir de la vida rutinaria y vacía que le provocaba su inexistencia interior. Por el camino, pensó en todo aquello que había callado, en lo que había reprimido dentro de sí misma durante tanto tiempo y que hoy, por fin, saldrá disparado hacia ese ÚNICO destinatario. Porque ella, tan extrovertida, tan abierta y transparente, nunca había guardado ningún secreto de sí misma. Más que nada, porque nunca supo cómo hacerlo. Siempre tuvo a su alrededor gente en la que confiaba y a la que contaba hasta lo más simple que le ocurría.
Pero llegó el día en el que se dió cuenta de algo... Algo que sentía y que la avergonzaba terriblemente. Algo que nunca creyó que podría surgir, pero que su alma le gritaba a gritos que estaba ocurriendo. Algo que la hacía sufrir, que le provocaba miedo y horror de sí misma. Y ese algo, lo guardó, lo escondió e intentó borrarlo definitivamente de su mente. Pero, después de mucho tiempo, se dió cuenta de que no podía seguir luchando contra su destino. Se cansó de guardar sus lágrimas en un sucio y mugroso vaso de cristal. En ese momento, le daba todo igual... ¿Y qué si sale mal? ¿Y qué si luego se arrepiente? ¿Y qué si se arriesga a perderlo todo? ¿Y qué si la gente dice que no es lo correcto? Llegan momentos en la vida en los que tienes que arriesgarte y tirarte a la piscina. Y ella lo estaba haciendo en ese preciso instante.
Para cuando llegó su destino, ya había anochecido. Aparcó la bicicleta y se echó mano al bolsillo. Todo seguía en orden. Se acercó a la casa y llamó al timbre. No quería irrumpir en mitad de la noche sin avisar. Había que ser educada. Además, ella sabía que no abriría nadie que no fuera Él. Últimamente, era muy dada a prevenir las cosas por puros instintos. Y, efectivamente, no falló.
Él apareció al otro lado de la estrecha puerta de madera. Su rostro pasó por diversas expresiones en muy pocos segundos. Primero, sorpresa, luego, alegría, después, terror, y por último... inexpresión.
Ella le sonrió, metió la mano en su bolsillo, sacó el arma y disparó.
Y, una vez más, no falló.
Suena...
PROFUNDAMENTE ROTUNDO.. Ostica tamara.. que da asta miedo :) Consecuencias difíciles para decisiones difíciles :) Me gusta mucho, en serio :)
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