Suena... La vie en Rose (Quiéreme si te atreves)
Y allí estaban de nuevo, como dos niñitos, bajo la lluvia, el día de Navidad. Las calles estaban desangeladas, solitarias, cubiertas de nieve mojada, de tejados blancos. En las ventanas se veían luces, alegría, felicidad y hogueras que repartían calor a todas las familias. Y ellos, otra vez, afuera, y de nuevo, riéndose del mundo.
En realidad, se necesitaban. Eran dos idiotas. Él, un inconsciente y ella una loquita. A él, la sonrisa de ella le hacía creer en sí mismo, levantarse y querer ser feliz. A ella, la sensibilidad y la transparencia de él le hacía ver las cosas desde una perspectiva menos fría y más humana. Y los dos iban siempre a contracorriente.
¿Por qué quedarse en casa en la noche de Navidad? Era la más perfecta del año para pasear, para contemplar, para jugar, para soñar... Y es que, cuando no hay ni un alma a tu alrededor, cuando los coches han dejado de circular, cuando los árboles se han olvidado de respirar y los charcos en el suelo distorsionan la realidad, las cosas se piensan y se sienten de manera diferente, más íntima, más peligrosa, más extrema. Así vivían ellos, al límite entre lo real y lo irreal. Entre lo posible y lo imposible. Buscando siempre el detalle más pequeño, en ese mundo en el que vivían, que se les hacía tan inmenso, tan abstracto, tan estúpido. Cantando e inventando historias absurdas, plasmándose a ellos mismos en sus personajes. Odiándo hacerse mayores. Riendo y llorando a la vez, durante horas.
Subidos a un tejado, aferrados de las manos, con la cabeza de ella sobre el hombro de él, los dos mirando al cielo y contándo sus huellas en la nieve. Así terminaron su noche de Navidad.
Y nadie, nadie les echó de menos
jueves, 23 de diciembre de 2010
jueves, 16 de diciembre de 2010
Venecia
Suena.. Nocturno n.20 Chopin Yo… y tú… Frente a frente… en Venecia De corazón a corazón. Tus ojos frente a los míos. Tu mano rodeando mi cintura. En aquella góndola sin gondolero. Ambos en pie. Mirando al cielo. Recorriendo las calles. Perdidos en la noche. En esa noche fría iluminada por la luna. Magia en el aire. Dolor en el alma. Palabras en el cielo. Dos corazones solitarios que laten a la vez. “Vuela conmigo” –me susurras Te busco tímidamente. Siento el leve roce de tu mejilla en mi piel. Escucho tu respirar. Huelo tu aliento, tu perfume. Saboreo tus labios. Me pierdo. Comienza a llover. ¿O es que acaso el cielo también llora nuestra desgracia? Aún recuerdo el primer día que te vi, en aquella playa solitaria donde cada noche salías a escribir. Siempre te observaba desde mi ventana, con miedo, respeto y curiosidad. Te sentabas siempre en el mismo sitio, solo, en silencio, revolviendo en tus papeles de manera serena, frotándote el pelo con el lapicero cuando algo te inquietaba, cuando alguna frase se te resistía. Recuerdo también la primera noche en la que bajé a preguntarte qué era lo que escribías y por qué lo hacías. Y entonces fue cuando contemplé por primera vez aquellos preciosos ojos inmensos, mirándome, o mejor dicho, enamorándome. Me dijiste entonces que escribías para vivir. Y, por si alguna vez amaba a alguien, para poder hacerle un regalo especial... Aquellos versos que escribías son los que ahora tengo en mi mano, aferrados con fuerza, porque sé que es lo único que me quedará de tí. Avanzamos. Ya no puedes retroceder. La luna te acoge… como una madre a un hijo… siempre perteneciste a ella. Maldito poeta de los ojos oscuros que vendió su alma a los astros para poder ser libre. Y ahora la que no tiene libertad soy yo, porque no puedo volar a tu lado como me pides, porque nunca supe cómo hacerlo, porque aún me quedan muchas cosas por hacer aquí. Y tú desapareces. El viento susurra tu nombre, donde se perderá. En el cielo escribiste el mío, donde permanecerá para siempre. Así nos definimos. Tú, cambiante, libre, inmaduro, sin rumbo. Yo, responsable, ocupada, con un lugar en el mundo. Diferentes. Incompatibles. Imposibles. Ahora partes. En busca de aventuras. En busca de nuevas letras que inventar, de nuevos corazones que robar, de nuevas musas que encontrar. Y yo permanezco aquí, con los pies clavados en la tierra, sin poder correr a tu lado, sin poder volar. Se escucha a lo lejos el aullido de un lobo... Atrás queda aquella noche. Solos. Tú y yo. Y Venecia. La ciudad eterna
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viernes, 10 de diciembre de 2010
Leyendas...
El oscuro cielo que observa y una leve brisa que corre, dejando su huella, por su melena inquieta y rebelde
Divinidad estética e increíble, sentimientos dispersos e infantiles, miradas claras, llenas lunas y estrellas fugaces. Mas... ¿de qué sirve? Unos meses después, solo queda el recuerdo. Su olor, sus ojos, su pecho, sus palabras, su eterna sonrisa . ¿Qué falló? ¿Por qué se quebró aquel primer intento? La locura fue la mayor culpable. Y deseas regresar de nuevo.
Pero ya es tarde. Olvídalo. No puedes ocultar los errores pasados. Fueron cometidos. ¿Qué puedes esperar de una niña? Aún así, en el fondo de tí misma, sabes que nada habría sido diferente. Algo habría fallado, tarde o temprano. Y esto es lo más triste. La felicidad absoluta está reservada, y tú no eres su destinataria. Estúpida niña a la que arrebataron un juguete nuevo...
Aún así...
Caminaré... seguiré caminando... a través de tu nombre... de tu corazón
Y si piensas que alguien detendrá mis pasos firmes, te equivocas
La eternidad fue dibujada para nosotros y la obstinación es mi gran virtud
Yo seguiré buscando tu aliento tierno... tus palabras lisas y sin tapujos... tu corazón sereno...
Ahora... o después... siempre existe un luego... aunque nuestra vida se acabe, nunca nuestra esperanza.
Somos animales echos de Amor desde nuestra concepción. Servimos para amar y ser amados. Y el único problema está en aquellos que se empeñan a renunciar a su destino. Debes hacer aquello que sabes. Y a quien esté escrito que ames. El error es pensar que eres libre. Caer en la ingenuidad y creer que eres lo suficientemente fuerte para resistir la soledad. Pero siempre vivirás atado al Amor. Aquel claro y sincero sentimiento del principio de la vida que muchos se empeñan en obviar... vive en el corazón como una parte más de tí. Y, tarde o más temprano, terminará despertando.
Por eso,yo seguiré mi rumbo
Buscando el amanecer de una nueva vida... y aquel que se busque a sí mismo, que me acompañe.
Tal vez así juntos encontremos el lugar... donde ocurren los cuentos de hadas, las leyendas, y donde viajamos por las noches a observar aquello que llaman "sueños"
9 de abril de 2010
viernes, 3 de diciembre de 2010
Vocación de danzarina
Suena...The Meadow (BSO New Moon)
Tus pies anunciaban la magia de una nueva canción.
Los saltos te hacían volar y rozar las estrellas con la punta de los dedos. Los vestidos acompañaban tu cuerpo ligeramente, sin presionarlo, sin excederlo, amoldándose a tu figura de forma natural e improvisada. Volteabas la cabeza y mirabas al frente de manera pícara y abismal. Hacia la inmensidad y la oscuridad de aquel alejado bosque, al que cada noche escapabas a bailar.
Te enamoraste de ese espacio triste y vacío, cuya brisa te acariciaba tan suavemente cuando danzabas a su lado. Los árboles se encapricharon contigo y acompañaban tus compases con el vaivén de sus hojas. Tus brazos tejían un manto de luciérnagas a su paso y el arqueo de tu espalda indicaba el camino hacia la libertad. Cuando la lluvia caía, las gotitas de agua se enredaban en tus rizados cabellos y se deslizaban lentamente por tus frías mejillas, formando parte de cada uno de tus movimientos. Desesperabas al rudo suelo con la fuerza de tus piernas y con tu elegancia, matabas de envidia a las sirenas, a las hadas y a las estrellas, que solo podían aspirar a parecerse a tí.
Te acostumbraste a danzar en mitad de la nada, alejada de cualquier lugar. A llorar mientras lo hacías, y a sentir felicidad. Princesa de los movimientos, maga de la inmensidad. Encontraste el equilibrio entre fantasía y realidad. El punto más alto del cielo conocía tu nombre. Porque hacia él has volado muchas veces, ansiando despertar a la luna con el roce de tus dedos, a la reina del cielo. No necesitabas la luz de un gran escenario, te bastaba con la que ella te brindaba cada noche, acogiendote en su seno como si de una madre se tratara. Aquella que tú no llegaste a conocer y de la que solo heredaste unas zapatillas de ballet, a las que entregaste toda tu alma.
Y ahora, ellas se han ido. Con ellas desapareció tu magia, tu esencia, tus ansias de volar. Se marchó la bailarina de los ojos profundos, de la cara pálida, y los piececillos gastados. Se fue su sustento, su alma, lo que hacía latir su inocente y golpeado corazón.
Ahora deambula descalza por el mundo de los mortales, sin saber qué hacer, adónde ir, qué camino tomar...
Tal vez nunca llegue a acostumbrarse a dejar de bailar... o tal vez alguien, algún día, le regale unas zapatillas nuevas. Mientras tanto, ella seguirá mirando con envidia a las demás, encerrada en la cajita de música de alguna niña del lugar. Contemplando desde los sueños a aquellas que aún tienen alas para volar. Buscando su alma... en lo más profundo del mar.
Dedicado a todas aquellas que han sentido alguna vez lo que significa bailar, en especial a mis princesitas Marta e Inma. Con ellas he aprendido que no sirve de nada ejecutar bien un movimiento si éstos no salen directamente del corazón.
Tus pies anunciaban la magia de una nueva canción.
Los saltos te hacían volar y rozar las estrellas con la punta de los dedos. Los vestidos acompañaban tu cuerpo ligeramente, sin presionarlo, sin excederlo, amoldándose a tu figura de forma natural e improvisada. Volteabas la cabeza y mirabas al frente de manera pícara y abismal. Hacia la inmensidad y la oscuridad de aquel alejado bosque, al que cada noche escapabas a bailar.
Te enamoraste de ese espacio triste y vacío, cuya brisa te acariciaba tan suavemente cuando danzabas a su lado. Los árboles se encapricharon contigo y acompañaban tus compases con el vaivén de sus hojas. Tus brazos tejían un manto de luciérnagas a su paso y el arqueo de tu espalda indicaba el camino hacia la libertad. Cuando la lluvia caía, las gotitas de agua se enredaban en tus rizados cabellos y se deslizaban lentamente por tus frías mejillas, formando parte de cada uno de tus movimientos. Desesperabas al rudo suelo con la fuerza de tus piernas y con tu elegancia, matabas de envidia a las sirenas, a las hadas y a las estrellas, que solo podían aspirar a parecerse a tí.
Te acostumbraste a danzar en mitad de la nada, alejada de cualquier lugar. A llorar mientras lo hacías, y a sentir felicidad. Princesa de los movimientos, maga de la inmensidad. Encontraste el equilibrio entre fantasía y realidad. El punto más alto del cielo conocía tu nombre. Porque hacia él has volado muchas veces, ansiando despertar a la luna con el roce de tus dedos, a la reina del cielo. No necesitabas la luz de un gran escenario, te bastaba con la que ella te brindaba cada noche, acogiendote en su seno como si de una madre se tratara. Aquella que tú no llegaste a conocer y de la que solo heredaste unas zapatillas de ballet, a las que entregaste toda tu alma.
Y ahora, ellas se han ido. Con ellas desapareció tu magia, tu esencia, tus ansias de volar. Se marchó la bailarina de los ojos profundos, de la cara pálida, y los piececillos gastados. Se fue su sustento, su alma, lo que hacía latir su inocente y golpeado corazón.
Ahora deambula descalza por el mundo de los mortales, sin saber qué hacer, adónde ir, qué camino tomar...
Tal vez nunca llegue a acostumbrarse a dejar de bailar... o tal vez alguien, algún día, le regale unas zapatillas nuevas. Mientras tanto, ella seguirá mirando con envidia a las demás, encerrada en la cajita de música de alguna niña del lugar. Contemplando desde los sueños a aquellas que aún tienen alas para volar. Buscando su alma... en lo más profundo del mar.
Dedicado a todas aquellas que han sentido alguna vez lo que significa bailar, en especial a mis princesitas Marta e Inma. Con ellas he aprendido que no sirve de nada ejecutar bien un movimiento si éstos no salen directamente del corazón.
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