Suena.. Nocturno n.20 Chopin Yo… y tú… Frente a frente… en Venecia De corazón a corazón. Tus ojos frente a los míos. Tu mano rodeando mi cintura. En aquella góndola sin gondolero. Ambos en pie. Mirando al cielo. Recorriendo las calles. Perdidos en la noche. En esa noche fría iluminada por la luna. Magia en el aire. Dolor en el alma. Palabras en el cielo. Dos corazones solitarios que laten a la vez. “Vuela conmigo” –me susurras Te busco tímidamente. Siento el leve roce de tu mejilla en mi piel. Escucho tu respirar. Huelo tu aliento, tu perfume. Saboreo tus labios. Me pierdo. Comienza a llover. ¿O es que acaso el cielo también llora nuestra desgracia? Aún recuerdo el primer día que te vi, en aquella playa solitaria donde cada noche salías a escribir. Siempre te observaba desde mi ventana, con miedo, respeto y curiosidad. Te sentabas siempre en el mismo sitio, solo, en silencio, revolviendo en tus papeles de manera serena, frotándote el pelo con el lapicero cuando algo te inquietaba, cuando alguna frase se te resistía. Recuerdo también la primera noche en la que bajé a preguntarte qué era lo que escribías y por qué lo hacías. Y entonces fue cuando contemplé por primera vez aquellos preciosos ojos inmensos, mirándome, o mejor dicho, enamorándome. Me dijiste entonces que escribías para vivir. Y, por si alguna vez amaba a alguien, para poder hacerle un regalo especial... Aquellos versos que escribías son los que ahora tengo en mi mano, aferrados con fuerza, porque sé que es lo único que me quedará de tí. Avanzamos. Ya no puedes retroceder. La luna te acoge… como una madre a un hijo… siempre perteneciste a ella. Maldito poeta de los ojos oscuros que vendió su alma a los astros para poder ser libre. Y ahora la que no tiene libertad soy yo, porque no puedo volar a tu lado como me pides, porque nunca supe cómo hacerlo, porque aún me quedan muchas cosas por hacer aquí. Y tú desapareces. El viento susurra tu nombre, donde se perderá. En el cielo escribiste el mío, donde permanecerá para siempre. Así nos definimos. Tú, cambiante, libre, inmaduro, sin rumbo. Yo, responsable, ocupada, con un lugar en el mundo. Diferentes. Incompatibles. Imposibles. Ahora partes. En busca de aventuras. En busca de nuevas letras que inventar, de nuevos corazones que robar, de nuevas musas que encontrar. Y yo permanezco aquí, con los pies clavados en la tierra, sin poder correr a tu lado, sin poder volar. Se escucha a lo lejos el aullido de un lobo... Atrás queda aquella noche. Solos. Tú y yo. Y Venecia. La ciudad eterna
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jueves, 16 de diciembre de 2010
Venecia
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