Allí estaba yo, encaramada a la barandilla, mirando al vacío, dispuesta a todo. Los coches pasaban a toda velocidad bajo mis pies. Sólo un paso, un pasito más y todo habrá terminado. Ring, ring!!! ¡Mierda! ¿Quién llama a estas horas?
No podía imaginarme por qué, después de tanto tiempo, ese número volvía aparecer en la pantalla de mi móvil. Debía ser un error. Pero lo cogí.
-¿Sí?
-Hola
-Hola
-Tenía ganas de volver a escuchar tu voz ¿Cómo estás?
-Mal ¿y tú?
-Peor aún.
-¿Dónde estás?
-Detrás de ti
Y era cierto. Sentía su aliento, su respiración acompasada, su olor y hasta el latido de su corazón. Todo me era tan familiar… Pero no me giré. Había pasado tanto tiempo que ya no temía que desapareciera. En lo más profundo de mí sabía que esta vez no lo haría.
-¿Por qué has vuelto?
-Vaya manera de darme la bienvenida ¿no te alegras de verme?
-Todavía no te he visto
-Pero yo a ti sí.
-¿Has estado siguiéndome?
-Algo así ¿Te importa?
Ya no hablaba al teléfono. Sus palabras rozaban mi oído, su boca mi pelo mojado, su torso mi espalda temblorosa.
-No, no me importa. Al fin y al cabo nunca signifiqué nada para ti.
-Tú no sabes absolutamente nada de lo que significaste para mí
-Porque nunca me lo dijiste
-Tampoco tú me lo preguntaste
Silencio. Un pulso dialéctico. Típico de él.
-No me dio tiempo a preguntarte nada. Te marchaste.
-Sí. Porque tú me lo pediste.
Era lo que me faltaba por escuchar.
Me di la vuelta y me topé con sus grandes ojos oscuros. Exactamente igual que como lo recordaba. Su pícara sonrisa, su rebelde mata de pelo moviéndose con el viento, su nariz perfecta... Después de 20 años conservaba el mismo aspecto juvenil y desenfadado de siempre.
Me di cuenta que ya no estábamos en mi balcón. Caminábamos por unas calles tan familiares que era casi imposible no reconocerlas. El olor a tierra húmeda, la oscuridad absoluta, el asfalto desierto, el rugido del viento en las ventanas de los antiguos caserones. Regresábamos al pueblo.
Él caminaba a mi lado, mirando al cielo, la lluvia cayendo sobre su rostro, hablándome, contándome historias. Y yo escuchando embelesada. Me besó. Le besé. Como tantas noches de invierno. El mismo lugar, la misma lluvia, el mismo chico. Retroceder en el tiempo. Vivir en un recuerdo. Era lo único que me hacía feliz. El pasado.
-¿Por qué me haces esto? ¿Qué será de mí cuando despierte?
-¿Cuándo despiertes?
-Sé que eres una pesadilla. Tú estás muerto. Fui a tu funeral.
Sin embargo, ahí estaba su mano sólida aferrando mi cintura, su cuerpo elegante guiándome a través de la lluvia, sus pies caminando al lado de los míos.
-La única que está muerta aquí eres tú, querida
-¿Eres un fantasma?
-Algo así
-¿Adónde vamos?
-A un lugar del que no podrás volver
-¿Y allí estaremos juntos?
-Para siempre.
Y por primera vez, después de 20 años, mi sonrisa se despertó de su sueño y se dibujó eternamente en mi rostro. Y nunca, nunca más, desaparecerá.
No podía imaginarme por qué, después de tanto tiempo, ese número volvía aparecer en la pantalla de mi móvil. Debía ser un error. Pero lo cogí.
-¿Sí?
-Hola
-Hola
-Tenía ganas de volver a escuchar tu voz ¿Cómo estás?
-Mal ¿y tú?
-Peor aún.
-¿Dónde estás?
-Detrás de ti
Y era cierto. Sentía su aliento, su respiración acompasada, su olor y hasta el latido de su corazón. Todo me era tan familiar… Pero no me giré. Había pasado tanto tiempo que ya no temía que desapareciera. En lo más profundo de mí sabía que esta vez no lo haría.
-¿Por qué has vuelto?
-Vaya manera de darme la bienvenida ¿no te alegras de verme?
-Todavía no te he visto
-Pero yo a ti sí.
-¿Has estado siguiéndome?
-Algo así ¿Te importa?
Ya no hablaba al teléfono. Sus palabras rozaban mi oído, su boca mi pelo mojado, su torso mi espalda temblorosa.
-No, no me importa. Al fin y al cabo nunca signifiqué nada para ti.
-Tú no sabes absolutamente nada de lo que significaste para mí
-Porque nunca me lo dijiste
-Tampoco tú me lo preguntaste
Silencio. Un pulso dialéctico. Típico de él.
-No me dio tiempo a preguntarte nada. Te marchaste.
-Sí. Porque tú me lo pediste.
Era lo que me faltaba por escuchar.
Me di la vuelta y me topé con sus grandes ojos oscuros. Exactamente igual que como lo recordaba. Su pícara sonrisa, su rebelde mata de pelo moviéndose con el viento, su nariz perfecta... Después de 20 años conservaba el mismo aspecto juvenil y desenfadado de siempre.
Me di cuenta que ya no estábamos en mi balcón. Caminábamos por unas calles tan familiares que era casi imposible no reconocerlas. El olor a tierra húmeda, la oscuridad absoluta, el asfalto desierto, el rugido del viento en las ventanas de los antiguos caserones. Regresábamos al pueblo.
Él caminaba a mi lado, mirando al cielo, la lluvia cayendo sobre su rostro, hablándome, contándome historias. Y yo escuchando embelesada. Me besó. Le besé. Como tantas noches de invierno. El mismo lugar, la misma lluvia, el mismo chico. Retroceder en el tiempo. Vivir en un recuerdo. Era lo único que me hacía feliz. El pasado.
-¿Por qué me haces esto? ¿Qué será de mí cuando despierte?
-¿Cuándo despiertes?
-Sé que eres una pesadilla. Tú estás muerto. Fui a tu funeral.
Sin embargo, ahí estaba su mano sólida aferrando mi cintura, su cuerpo elegante guiándome a través de la lluvia, sus pies caminando al lado de los míos.
-La única que está muerta aquí eres tú, querida
-¿Eres un fantasma?
-Algo así
-¿Adónde vamos?
-A un lugar del que no podrás volver
-¿Y allí estaremos juntos?
-Para siempre.
Y por primera vez, después de 20 años, mi sonrisa se despertó de su sueño y se dibujó eternamente en mi rostro. Y nunca, nunca más, desaparecerá.
Primer punto: NO creo en la democracia.
ResponderEliminarSegundo punto: Ha ganado el mejor
Tercer punto: Tú eres la mejor.
=)