¡Hola! Me llamo Ivania y quiero contaros mi historia. Soy una niña haitiana de 12 años. Hasta hace unos días yo vivía en una pequeña y humilde casa en el centro de Puerto Príncipe con mis padres y mis cuatro hermanos pequeños. Toda la familia trabajábamos en un pequeño puesto que teníamos en el mercado y, aunque no nos daba mucho dinero, conseguíamos lo suficiente para comer una vez al día. Algunas veces íbamos a la escuela. Mamá insistía en que teníamos que estudiar todo lo posible para poder tener una vida diferente en un futuro y yo me esforzaba mucho para aprender a leer y a escribir. Me encantaban los libros. Hacía poco que los conocía pero me apasionaba la idea de poder contar historias y que otros puedieran conocerlas. Cuando iba al colegio era lo mejor de la semana, pero estaba muy lejos de mi casa y pocos días teníamos la oportunidad de acercarnos hasta allí.
Sin embargo, papá no se cansaba nunca de repetir que éramos unos privilegiados y, en realidad, no le faltaba razón. La mayoría de mis amigos no tenían hogar, ni familia, ni mucho menos escuela y comida. Muchos desaparecían y ya no les volvíamos a ver nunca más. Otros ni siquiera tenían tiempo para acercarse a conocer a los demás niños porque trabajaban durante todo el día o mendigaban por las calles buscando algo que llevarse a la boca. Realmente yo me sentía afortunada por tener lo que tenía y porque, gracias a mis padres, yo tenía la oportunidad de ir a la escuela.
Pero hace unos días, todo cambió. Un terremoto asoló mi ciudad. Todo se ha venido abajo.
Los edificios, los hospitales, nuestro puesto del mercado, mi escuela, mi casa... Y bajo ello han quedado mis libros, mis amigos, mis hermanos y mis padres. No consigo apartar de mi cabeza el momento en el que el suelo empezó a temblar y las paredes y el techo de nuestra frágil casa se cayó a trozos sobre nosotros. Todo lo que pasó después, aún no lo recuerdo. Sólo sé que cuando desperté, estaba atrapada entre un montón de escombros y lo único que podía hacer era llamar desesperadamente a mis padres. Muchas eran las voces que se escuchaban. Pero ellos no contestaron. A mí consiguieron sacarme. Pero toda mi familia se quedó allí entre los escombros de mi hogar, donde supongo que todavía seguirán.
Ahora estoy en un centro para niños refugiados. Después de alimentarme y curarme las heridas, he pedido una hoja de papel y un lapicero. Quiero reflejar todo lo que he visto y todo lo que veo. ¿Para qué tanta insistencia de mi madre en que yo fuera a la escuela? Ahora nunca podré tener el futuro que nosotras imaginábamos y que ella tanto ansiaba. Pero ¿qué más da? Tal vez sólo aprendí a escribir para este momento, y estuviera destinada a expresaros a vosotros, niños con suerte, el horror y el desconsuelo que invade ahora este lugar. Miro a mi alrededor y veo caras conocidas, otras no tanto. Pero la misma expresión, el mismo miedo en todos los rostros. Somos muchos niños, pero yo sólo puedo contar a todos los que no están aquí y que también se han quedado atrás, atrapados, hambrientos o muertos entre los restos de la ciudad. Igual que mi familia.
A todos vosotros os digo que ahora hay gran cantidad de ayuda aquí. Mucha movilización. Numerosos hombres y mujeres van y vienen con cajas de alimentos, medicinas, rescatando gente... Nunca ha habido tanta colaboración con Haití, a pesar de que antes también se habría necesitado y es de valorar el esfuerzo que están haciendo todos, la mayoría desinteresadamente.
Lo único que me da miedo es ¿qué será de nosotros cuando esto acabe? Cuando vuelvan a construir las escuelas y las casas ¿dejará de llegar la gente y la comida? ¿volveremos a nuestra situación anterior? ¿qué hay de los que ya no tenemos padres? ¿qué será de nosotros cuando todo acabe para vosotros?
Sin embargo, papá no se cansaba nunca de repetir que éramos unos privilegiados y, en realidad, no le faltaba razón. La mayoría de mis amigos no tenían hogar, ni familia, ni mucho menos escuela y comida. Muchos desaparecían y ya no les volvíamos a ver nunca más. Otros ni siquiera tenían tiempo para acercarse a conocer a los demás niños porque trabajaban durante todo el día o mendigaban por las calles buscando algo que llevarse a la boca. Realmente yo me sentía afortunada por tener lo que tenía y porque, gracias a mis padres, yo tenía la oportunidad de ir a la escuela.
Pero hace unos días, todo cambió. Un terremoto asoló mi ciudad. Todo se ha venido abajo.
Los edificios, los hospitales, nuestro puesto del mercado, mi escuela, mi casa... Y bajo ello han quedado mis libros, mis amigos, mis hermanos y mis padres. No consigo apartar de mi cabeza el momento en el que el suelo empezó a temblar y las paredes y el techo de nuestra frágil casa se cayó a trozos sobre nosotros. Todo lo que pasó después, aún no lo recuerdo. Sólo sé que cuando desperté, estaba atrapada entre un montón de escombros y lo único que podía hacer era llamar desesperadamente a mis padres. Muchas eran las voces que se escuchaban. Pero ellos no contestaron. A mí consiguieron sacarme. Pero toda mi familia se quedó allí entre los escombros de mi hogar, donde supongo que todavía seguirán.
Ahora estoy en un centro para niños refugiados. Después de alimentarme y curarme las heridas, he pedido una hoja de papel y un lapicero. Quiero reflejar todo lo que he visto y todo lo que veo. ¿Para qué tanta insistencia de mi madre en que yo fuera a la escuela? Ahora nunca podré tener el futuro que nosotras imaginábamos y que ella tanto ansiaba. Pero ¿qué más da? Tal vez sólo aprendí a escribir para este momento, y estuviera destinada a expresaros a vosotros, niños con suerte, el horror y el desconsuelo que invade ahora este lugar. Miro a mi alrededor y veo caras conocidas, otras no tanto. Pero la misma expresión, el mismo miedo en todos los rostros. Somos muchos niños, pero yo sólo puedo contar a todos los que no están aquí y que también se han quedado atrás, atrapados, hambrientos o muertos entre los restos de la ciudad. Igual que mi familia.
A todos vosotros os digo que ahora hay gran cantidad de ayuda aquí. Mucha movilización. Numerosos hombres y mujeres van y vienen con cajas de alimentos, medicinas, rescatando gente... Nunca ha habido tanta colaboración con Haití, a pesar de que antes también se habría necesitado y es de valorar el esfuerzo que están haciendo todos, la mayoría desinteresadamente.
Lo único que me da miedo es ¿qué será de nosotros cuando esto acabe? Cuando vuelvan a construir las escuelas y las casas ¿dejará de llegar la gente y la comida? ¿volveremos a nuestra situación anterior? ¿qué hay de los que ya no tenemos padres? ¿qué será de nosotros cuando todo acabe para vosotros?
Este carta no es una historia real. Está basado en lo que yo puedo imaginar de Haití en estos momentos. Tal vez no consiga expresar ni una milésima parte de lo que sucedió y sucede allí. Es posible que esta carta no la pueda escribir ahora ninguna niña haitiana porque está demasiado preocupada por sobrevivir, o porque nadie le ha dado un papel para escribir. O tal vez ni siquiera sabe cómo hacerlo. Al fin y al cabo, mi intención no es describir hechos, pues para eso ya están los miles de medios de comunicación que hablan diariamente del desastre, sino describir sentimientos. Espero que mis torpes palabras sirvan para conmover algún corazón y que la ayuda siga llegando después de unos meses, cuando en Occidente haya desaparecido el "boom" del terremoto, todos nos olvidemos de ellos, y Haití siga necesitando la misma ayuda o más incluso. Que respondamos a la llamada de socorro de Ivania y de las demás niñas que a lo mejor, y como muchas otras huérfanas antes del terremoto, acabarán destinadas a la prostitución o a los trabajos forzados. Respondamos a su situación de miedo, de incertidumbre... Porque si ya antes del terremoto había miseria y nadie les ayudaba, todos los ignorábamos... ¿qué nos hace pensar que no vayamos a hacer lo mismo cuando los medios de comunicación dejen de hablar de Haití porque ya no es noticia? ¿qué será de Ivania? El final de esta historia, de su historia, está en nuestras manos.
Tamara Toribio